Hace unas semanas, por un quítame esa mantilla, en el blog de Bate me dieron una manta de palos, no una mantilla, y quedé en que hablaría un día sobre el privilegio de los embajadores de España en el Vatícano.
Pues sí,Rubalcaba SÍ y ese día ha llegado, sí:
Pues sí,
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"Don Enrique de Guzmán, conde de Olivares y embajador de España ante el Papa Sixto V (1585-1900) tenía una campanilla con la que llamaba a sus criados y resultó que en aquella Roma tal uso era un privilegio de que gozaban los cardenales y otras autoridades, y por esta razón los purpurinos, con adhesión del embajador de Francia, igualmente mortificado, se quejaron al Papa, y éste intimó al embajador que se abstuviese de dicha costumbre. Olivares se quejó ante el Papa en tres audiencias sucesivas, y en la última, al acabar, fingió que se le escapaba decir "Vuestra ingratitud", corrigiendo enseguida con cierta picardía "Beatitud quise decir".
Refiere Juan Alonso Martínez Sánchez Calderón en su historia manuscrita de la Casa de Guzmán (que está en la Biblioteca Nacional de Madrid) que "admirado el Papa de este modo de hablar le dijo, que otros erraban con facilidad pero que en el conde cualquier descuido parecía pensado y le daba mucho que reparar." El embajador, viendo que no lograba restaurar el uso de la campana, adoptó otro sistema para llamar a sus criados que fue mandar disparar dos cañonazos cada vez que salía de casa para reunirlos. El Papa le mandó enseguida un mensaje de que volviera a usar la campanilla para evitar el espanto que causaban en Roma tantos disparos, y desde entonces los embajadores de España usaron del privilegio de la campanilla."
Extraido de Embajadas curiosas, de Pedro Voltes
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Este embajador era el padre del Conde-Duque de Olivares, el valido del rey Felipe IV. Interesante personaje.
ResponderEliminarLeí algo de él en la magnífica biografía que hizo John H. Elliott de su hijo, otro personaje digno de estudio.
¡¡Dos cañonazos en pleno centro de Roma para llamar a sus criados!! Jaajajaja, qué huevos más grandes.
Lo que no sé es como el Papa Sixto V, que había sido consejero de la Inquisición destacándose por su severidad, no lo excomulgó, o peor aún, no lo achicharró.