Hace unos meses leí este artículo de Luis A. Espuny en Jot Down, se me traspapeló y por fin lo he vuelto a encontrar.
Habla de una tradición muy bonita, me recuerda a la que tienen los norteamericanos de poner un lazo amarillo en un árbol para recordar a los soldados que están en el frente.
Eso aquí no puede ser -lo que no puede ser no puede ser y lo demás es tontería- porque el desprecio hacia nuestros soldados es absoluto y generalizado y no se espera que cambie a mejor.
Bueno, que la tradición es muy bonita y el artículo de Luis A. Espuny, que me la descubre, está muy bien.
Aún crecen amapolas en Flandes
En los primeros días de noviembre todos los que siguen la política, la televisión, el fútbol o, en general, la vida en el Reino Unido, ven aparecer en las solapas de las chaquetas de todos los británicos una extraña mancha de papel rojo. Una amapola fake, concretamente. La mayoría no se dará ni cuenta, o no hará mucho caso, y entre la minoría que repare en el gesto común no todos sabrán por qué motivo la primavera contraataca en los teewdscuando empieza a nevar ahí arriba.
Es el Poppy Day. Millones de artificiales florecillas son distribuidas en la Gran Bretaña e Irlanda del Norte en conmemoración de las 11:00 horas del 11º día del 11º mes de 1918, el momento en el que entró en vigor el armisticio que acabaría con la Gran Guerra. La Segunda Guerra Mundial sin duda fue más sangrienta, pero no para los isleños, que perdieron toda una generación en los campos de batalla del noroeste de Europa combatiendo al Kaiser. Casi un millón de tommys no regresaron de Ypres, Passchendale…, mientras que en el partido de vuelta del 39 al 45 fueron 400.000 hombres los que dejaron de existir.
La muerte y la devastación se enseñoreaban de Bélgica y Francia mientras las amapolas silvestres seguían creciendo, como si toda aquella locura no fuese más que una pequeña molestia que no iba a impedir que ellas cumplieran su cita para añadir un rojo más caliente que el de la sangre a la campiña. Entre cruces, alambre de espino, cráteres y minas, cadáveres de hombres y animales, las flores sumaban el último toque de surrealismo al paisaje más desquiciante que el ser humando ha provocado en la Historia, la guerra de trincheras.
Un médico canadiense llamado John McCrae marchó como integrante del Imperio a luchar entre todo aquel despropósito. Con sus amigos, con sus residentes, con los jóvenes que había estado formando durante años para enseñarles a curar, y ahora tenía que dirigirlos para matar. Y para morir. Precisamente, la muerte de uno de sus alumnos en 1915 fue lo que hizo que las amapolas llenaran su mente y le empujaran a escribir el que se convertiría en uno de los más populares poemas durante la guerra, In Flandres Fields:
In Flanders fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
We are the Dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved and were loved, and now we lie,
In Flanders fields.
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved and were loved, and now we lie,
In Flanders fields.
Take up our quarrel with the foe:
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
We shall not sleep, though poppies grow
In Flanders fields.
No es Shakespeare, no, ni Milton. Pero captó el momento. Y sirvió para que Moina Michael recogiera la idea en los días en los que la escabechina llegaba a su fin y se dedicase a promover por todo el Imperio Británico un día de recuerdo y ayuda para que los veteranos que volvían reventados física o psicológicamente de aquel infierno pudiesen adaptarse a la vida en paz. Se repartirían amapolas de papel a cambio de donativos para las instituciones que debían cuidar a los hombres que los ciudadanos del Imperio habían mandado a dar si no su vida, su juventud, recogiendo algo más que flores en ultramar.
Durante casi un siglo ya todos los noviembres comienza la cosecha y los brits prenden una flor de sus ropas, como las que aún crecen en Flandes.
Aunque esta tradición se celebra en noviembre he traído el artículo hoy, antes de volver a perderlo, porque estamos en primavera y ya florecen las flores, incluso las amapolas de papel.
¡Jo! y he puesto un poema, debe ser la primavera.
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