Una cosa es madrugar y estar allí antes de las diez esperando a que abran -para no coincidir con los de EL PAÍS bajo el brazo- y otra llegar dos días antes de su inauguración.
Pero no salí de vacío porque pude ver, con tranquilidad, la exposición DE GAUDÍ A PICASSO, exposición que se me había pasado por alto.
.Y merece la pena verla, y si puede ser sin gente, mejor.
Ayer comentaban en una tertulia de televisión el tema de ese mito falso de acercar la cultura al pueblo, cuando a mucha gente sólo le interesa la ópera o los museos para poder decir que ha estado allí.
Uno de los contertulios comentaba irónicamente, o así lo entendí yo, que... por ejemplo en Florencia, los turistas, en el peor sentido del término, se deberían quedar en la plaza de la Signoria o acercarse al río Arno y al Puente Vecchio pero dejar la Galería de los Uffizi a quien realmente le interese.
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Es para meditarlo.
Todo esto venía a cuento de que la exposición hay que verla con tranquilidad
.Es una exposición sobre el Modernismo catalán, uno de los movimientos más interesantes dentro del amplio proceso de modernización que transformó profundamente el panorama del arte europeo como consecuencia de los cambios económicos y sociales durante el período de entresiglos. Nutriéndose de una ávida apertura hacia las corrientes culturales extranjeras, el afán de modernidad dejó una huella decisiva sobre todas las formas de expresión artística catalanas, desde la música a la pintura, desde las artes gráficas y el teatro a la poesía y la arquitectura. El carácter multiforme del Modernismo complica la consolidación de una unidad estilística que facilite la lectura histórica. Ceñida a los nudos esenciales de este intenso y agitado proceso, la presente exposición centra la mirada sobre la pintura, prestando especial atención a la obra de juventud de Picasso y Julio González, artistas que se formaron durante el Modernismo y llegaron a ocupar un lugar destacado en la historia de la pintura y la escultura del siglo XX.
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De forma excepcional se destaca la obra de Gaudí, figura clave para comprender la evolución del Modernismo. La fundamental influencia de Paris en los orígenes del movimiento se resume en las obras que Casas y Rusiñol pintaron en aquella ciudad a principios de la década de los noventa y que se muestran en las primeras salas. Con expresión tardonaturalista apuntan hacia una renovación de la pintura tanto desde el punto de vista temático, abordando aspectos lúdicos de la “vida moderna” preeminentemente urbana, como desde el punto de vista estilístico, trabajando a “plein air”, con pincelada libre y composiciones de influencia fotográfica.
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El único artista que he resaltado en negrita es Santiago Rusiñol porque me encantaron la mayoría de sus cuadros expuestos, sobre todo los tres que ilustran esta anotación: Café de Montmartre (1890), Entrada al cementerio de Soller durante la noche (1896) y Mercado de Valencia (1901).
Este último cuadro es curioso -aunque nadie de los pocos que estaban contemplando la exposición hizo el menor comentario- porque muestra la plaza del Mercado con la Lonja, los Santos Juanes pero no aparece todavía el Mercado Central a la izquierda. Ya sé que pictóricamente no añade ni quita calidad al cuadro pero como documento histórico es curioso, no diré importante.
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Y además de Rusiñol hay que ver los trabajos de carpintería, cerrajería, marquetería, forja y cerámica de los diseños de Gaudí. Artesanía pura.
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