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Se trata de la Antorcha olímpica, ubicada en la rotonda del cruce de las avenidas de Cataluña y Blasco Ibáñez, que es copia de la que está ubicada en la ciudad universitaria de Madrid.
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La otra obra es la estatua ecuestre del Cid, que se encuentra en la Plaza de España. Es una estatua que mucha gente no ve porque anda más pendiente de si el semáforo está rojo o verde, pero estar está.
Antes estaba acompañada, según la perspectiva, por un cartel publicitario de Jabón Catalá, un clásico de los rótulos luminosos en Valencia. Pero centrémonos.
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La primera estatua ecuestre del Cid que esculpió Ana Huntington fue colocada en la explanada frente a la Hispanic Society of America de Nueva York, una fundación cultural fundada por su esposo Archer Huntington, un enamorado de España, que fue quien encargó a Joaquín Sorolla su Visión de España, que hemos podido admirar en varias ciudades españolas hace poco, gracias al patrocinio de Bancaja.
La magnífica escultura del Cid causó tal impacto, que tuvo que reproducirla su autora varias veces, existiendo réplicas de esta obra en San Francisco, Buenos Aires, San Diego, Sevilla o aquí en Valencia, donde fue colocada en el lugar que ocupa hoy en 1964.
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Después de todo esto podría pensarse que todas las ciudades son iguales en cuanto a esculturas públicas se refiere, con copias unas de otras, pero no.
Hay diferencias.
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Hace dos años estuve en agosto en Madrid y una de las fotografías que incluí en una especie de relato de viaje para unos amigos fue esta fotografía de una escultura que se encuentra a cierta altura en un edificio de la calle Alcalá, en la acera de los impares, más o menos frente al Ministerio de Educación.
El relato tuvo buena aceptación entre las 8 ó 9 personas que lo leyeron y esta fotografía en particular tuvo mucho éxito.
Es una calle muy paseada por los turistas que vamos a Madrid pero nadie se había dado cuenta de la postura de la estatua para protegerse de los rayos de sol.
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El otro día cruzando la Gran Vía, la del Cap i Casal, aunque hay cuatro sólo llamamos Gran Vía a una de ellas, vi esta escultura en homenaje de la ciudad de Valencia al labrador valenciano. la obra data de 1931.
Como se ve, en este caso ha tenido que ser un alma caritativa quien pusiera un sombrero de paja al pobre Tonet, por ejemplo, o Elvis, para protegerle de los rayos del sol.
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¡Uf! Parecía que ya había llegado la globalización a las esculturas de las ciudades pero no.
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