sábado, 1 de agosto de 2009

Sharon Stone, por Ángel Antonio Herrera

Traigo dos artículos de Ángel Antonio Herrera en el MAGAZINE de EL MUNDO sobre Sharon Stone.
El primero es del 25 de marzo de 2006
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Fue Alfred Hitchcock quien lo dijo un día: «No soporto a las morenas. Se les nota el sexo en la cara». Charles Baudelaire le da la razón, escribiéndolo a su manera: «Lo moreno es más impúdico y más desnudo. Más pecado». Obsérvese que el poeta se cuida aquí de decir «la morena», diciendo «lo moreno», porque se refiere a modos de comportarse, o de no comportarse, y no a meros rasgos físicos.
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Ocurre igual en Hitchcock, que se decanta, con su frase, por una conducta, dentro de lo femenino, y no por un modelo de hembra. Esa conducta es «lo rubio», digamos, que tiene más alma que cuerpo, más idea que acción, más misterio que bulto. Y esa conducta es la clave o la llave de su cine, porque el suspense es lo rubio, que lo encarna mejor una rubia, naturalmente, que la Sofía Loren o la Ava Gardner de turno.
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La morena tiene aura de impudor y algo de la selva negra y nada secreta de la lujuria, y sirve muy bien para hacer una película de tigresas o lavanderas, pero no tanto para encarnar el crescendo y la inquietud del cine de Hitchcock y de otros. La rubia parece estar bajo sospecha. Y a veces hasta lo está. Acaba de decir Almodóvar que cuando tuvo el culo de la doble del culo de Penélope Cruz en Volver, ya tenía medio personaje. El culo es optimista, ha dicho Pedro, y esta alusión desprejuiciada, lúdica, casi anecdótica, en plan boutade, se nos antoja importante porque el cuerpo es un mensaje, y él quería para su personaje un mensaje con buen culo. La Penélope de Almodóvar tenía que ser fuerte, abundante, muy manchega. Tenía que ser morena. He aquí un ejemplo reciente de una mujer que le gustaría poco o nada a Hitchcock.
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Explico todo este jaleo aquí porque acaba de pasar por Madrid Sharon Stone, que hizo un día película de suspense, o sea, Instinto Básico, pero con cruce de piernas. La Stone es hitchcockiana, pero sin lencería. O sea, sí, pero no. Sharon gustaría mucho a Hitchcock, yo creo, salvo que cruza y descruza mucho las piernas, que es como decir que se le nota el sexo en la cara. También en la cara, en su caso. A quienes la miran, o la miramos, casi que también, morenos o no morenos, rubios o no rubios. Instinto Básico fue una película mediocre con una protagonista grandiosa. Inolvidable. De la peli nos acordamos más bien poco, pero de la chica nos acordamos mucho. Hasta hoy. Ahora ha venido a Madrid a presentar la segunda parte, que es menos de lo mismo, digamos. O sea, aún peor película pero mejor rubia, porque Sharon Stone tiene una madurez emocionante y en esta cinta aún se ahorra más en tangas que en la primera.
Escribía Cabrera Infante que él, durante mucho tiempo de su vida, había querido ser «cazador de rubias». El «cazador de rubias» es, obviamente, un adorador de la belleza, un sacerdote de la devoción de la mujer, y como tales hemos seguido a la Stone, más que como cinéfilos del suspense moderno o el cine negro de videoclip.
No me extraña que la Gran Vía, la otra noche, se colapsara, en romería, de cazadores de esta rubia, a la que no hay quien cace, por otra parte.

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Ángel Antonio Herrera escribe en su columna dominical del MAGAZINE de EL MUNDO sobre sus elegantes favoritas durante estos meses de julio y agosto.
Aquí traigo la columna del 26 de julio dedicada a Sharon Stone, o como él deja claro, la Stone.
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Los cronistas urgentes aúpan a Sharon Stone como la "madurez de la elegancia", pero la elegancia es madurez o se queda en sastrería. Sastrería de mejor o peor firma pero vana sastrería al fin y al cabo. Quiero decir que Sharon Stone fue sólo Sharon, cuando aquello de Instinto Básico, y luego se ha encumbrado como la Stone, una finísima alfarería de medio siglo que prorroga y prestigia el modelo del glamour femenino de la escuela eterna, entre Audrey Hepburn y Grace Kelly, pero con más tetas.
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Pudieramos escribirlo de otro modo: a la Stone se le nota rápido que es inteligente. Por eso Sharon ha quedado como morbo más bien venial de videoteca. Hay sí, siempre hay en ella, una belleza mental, que la hace aún más dorada, y un resplandor que no nutren los años bien llevados, aunque también, sino sobre todo la biografía a contracorriente del tópico de la rubia tonta. Parece que en su casa se repartieron bajo sabia equidad las cremas hidratantes y los libros de asesinos. Parece que su biblioteca diera a un spa, o al revés. No queda peyorativo para ella el título de rubia de Hollywood, sino quizá todo lo contrario.
Ha acertado escandalosamente con el pelo corto, crispado de sofisticación, y se enfunda unos vestidos de noche que son un lujo de la lujuria y también un serio harapo de museo.
Sus apariciones públicas resultan un catálogo de modelazos de firmas diversas, desde Ungaro a Cavalli, pero siempre parecen un modelazo cortado por el mismo modisto, porque la Stone siempre va de ella misma, entre una Gilda sueca y el ligue mejor del ganster. No la visten. Se viste. Es lo que a un primer reojo se llamaría personalidad. Y a un último reojo, que aún nos importa más.
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Apuntaba Ramón Gómez de la Serna que los senos son las lágrimas que llora la belleza por ser tan efímera. La Stone, a esas lágrimas, añade siempre el escote de lágrima, que enseña y no enseña, y le pone más finura a su esbeltez de violín sexual.
Ha sido musa de Dior, de Damiani, y de Ungaro, que diseñó para ella el vestuario entero de la película La Musa, olvidable cosa salvo los trapos apropósito, que ella reconvertía en fastuosas reliquias de exquisitio escándalo.
Cuando era Sharon no la mirábamos tanto a los ojos, pero ahora sí, porque el tiempo ha reinventado su cabeza, una cabeza dorada, soberbia y fascinante, y porque los ojos han alcanzado en ella una soberanía de alhaja viva, como esas joyas que anuncia por el mundo, pero más.
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Su belleza se ha ido acuñando con celebridad, y no se añora en ella a la guapa que fue, sino a la que será mañana, cuando se lo monte de nuevo de magnífica por las alfombras de Cannes.
la mira uno en fotos sucesivas, de unos años a hoy, y es un repertorio inolvidable de claridad hembra, con vestidos hasta el suelo, por donde asoma como un reptil de estreno el zapato de tacón erógeno.
Era jodido reinar de elegante después de pasar a la historia del cine por no llevar bragas. Pero la Stone ha matado a Sharon y ahora la miramos más a los ojos, ya digo, y hasta se nos olvia que su lencería también pudiera ser caro encaje nocturno,. No se me ocurre mejor piropo para su elegancia que confesar que a menudo no la pensamos desnuda.
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